Texto de Sala
Galeria Ramis Barquet
En 1913, Édouard Estaunié (1862-1942) publica la novela Les choses voient (Las cosas ven), donde narra cómo un grupo de objetos, testigos de un crimen pasional, logra imponer el triunfo de la verdad. En una época de injusticia social globalizada, ¿no sería acaso más sensato dejar los asuntos humanos a cargo de las cosas de Estaunié?
De la misma manera, en estos tiempos de individualismo, resulta por demás cómico –por no decir irónico–, recibir lecciones de altruismo por parte de las máquinas de transporte.
Aquí, como siempre, impera la ley del más fuerte, mas no en el sentido habitual, no en la acepción belicosa que dicha regla implica por lo general: aquí, el más fuerte utiliza su fuerza para ayudar al más débil a ahorrar la suya ; el de las ruedas más grandes le permite al de las ruedas más enclenques dejarlas en reposo; los de reactores que rugen más y con mayor intensidad acogen bajo su ala a aquellos esmirriados a los que les tomaría semanas o hasta meses –por no decir años, en ciertos casos– recorrer la misma distancia: gracias a la abnegación de esos Gullivers de los aires, bastan unas cuantas horas.
También parece bastante justo que, a manera de desquite, algo semejante a una Lada roja –cuyas placas podrían ser leídas por gendarmes que deambulen parados de manos– le regale un paseo a un caballito, si pensamos en todos los carros que los ancestros, los contemporáneos y los descendientes de este último han jalado, jalan y seguirán probablemente jalando durante largo tiempo por los caminos del ancho mundo.
Señalemos para concluir la humildad –actitud por demás escasa en el medio artístico– de la que hace gala Miguel Monroy: ¿no se entregaba acaso de cuerpo entero, en una pieza más antigua, al acto de exprimir cítricos?
Cierto es que lo absurdo de la vida es harto conocido desde tiempo atrás y, como sostuviera Jorge Luís Borges, la vida es sólo una mala broma así que ¡a reír se ha dicho!
Michel Blancsubé
marzo 2007